domingo, 21 de diciembre de 2008

El Felino bien calzado

El gato con botas

Un poco de historia: El gato con botas es un cuento popular europeo, recopilado en 1697 por Charles Perrault en su Cuentos de mamá ganso (Contes de ma mère l'Oye) como El gato maestro y anteriormente en 1634 por Giambattista Basile como Cagliuso.

He elegido esta historia por la curiosa condición de que tenga una moralidad dudosa o, más bien, nula. Ya que la moraleja que parece dejarnos es que el engaño da más beneficios rápidos que el trabajo duro. Comencemos por el principio. El hijo de un molinero recibe como única herencia un bien orgánico y efímero: un gato de granero. El buen molinero, al parecer por no haber sabido administrar bien su local, se encuentra al borde de morir de hambre (lo cual nos habla de sus nulas habilidades comerciales). En situación semejante comienza a ver a su herencia como un bien comestible. Aquí aparece el primer signo de astucia del gato, quien le asegura al molinero que, si le da un par de botas y una arpillera para usar a modo de vestimenta estrafalaria, verá el verdadero potencial del felino. El molinero decide creerle al gato parlante (otro signo más de sus no tan altas capacidades mentales, ya que podría haberlo vendido en el Mercadolibre del pueblo como curiosidad extraña por muy buen precio).
El gato, embutido en su nuevo traje, caza un par de presas de campo, se presenta con total desparpajo en la corte real y anuncia que son regalos de un tal “marqués de Carabás”. Como todo hombre que se hace llamar “rey-dios”, el monarca de esa comarca tenía un lado flaco que, parece ser, eran los halagos materiales. Al poco tiempo el gato conocía perfectamente sus movimientos y los de su hija.
“Si sigues mi consejo podrás hacer fortuna", le dijo el gato a su amo. Luego le dijo en tono imperativo que debía meterse en cuero en el frío lago hasta una profundidad considerable. El buen hombre le hizo caso (cosa que, me pregunto yo, ¿qué hombre razonable haría?). Así, pues, estando este en el lago y el gato atento en el camino, vieron acercarse el ostentoso carruaje real. El gato comenzó a gritar: "¡Socorro! Se ahoga el marqués de Carábas!” y el rey fue engañado ya que la treta había sido mejor trazado que las jodas de Tinelli en Show Match.
El hombre pobre, de una clase social baja y poco acostumbrado a la vida de un señor feudal, se encontró acogido y vestido con fina ropa de marca por el buen rey. Luego el gato dio muestras de su habilidad para manejar a las masas oprimidas, ya que convenció a un grupo de campesinos de declarar al rey que esas tierras eran propiedad del susodicho marqués.

El joven y tonto campesino termina acomodado en la corte real y casado con la joven, bella y superficial hija del rey. El gato, marcha hacia una comarca reinada por un ogro (déspota que parece más temible que el rey), quien tenía la habilidad de cambiar a gusto su forma (una especie de metamorfosis controlada si se quiere). El gato lo reta a convertirse en algo pequeño como un ratón o rata, y el ogro, provocado en su orgullo varonil, lo hace. El gato lo devora y se autonombra nuevo déspota local. Es en este momento cuando nos preguntamos, en nuestro fuero interno, ¿era el gato muy inteligente o eran todos muy estúpidos?

El gato (ser pensante) neutraliza al campesino (ser tosco y bruto, que estuvo a punto de devorarlo) y lo acomoda en una corte mientras él aprovecha para volverse a si mismo monarca. ¿Es eso lo que está escrito ahí? ¿Cómo supera la inteligencia a la fuerza o como supera la mentira a la ingenuidad?
Ciertamente no dudamos de que varios reyes contemporáneos que prefieren hacerse llamar elegidos por el pueblo soberano se hayan acomodado quizás con más astucia y mentira que con buena voluntad y trabajo duro. Al parecer les leían este cuento de pequeños.
Sin otro particular,
Nemo

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