viernes, 27 de febrero de 2009

Elena nooo


Pulgarcito (versión de Perrault)
La moraleja de tan risueño cuento es no despreciar a alguien por su estatura, sino tomarlo en cuenta por su valía. O al menos eso se dice por ahí…
Empecemos por el principio, una familia demasiado pobre que subsistía del empleo de leñador del padre de familia. Literalmente se morían de hambre. A tal grado de pobreza, que su último hijo (el séptimo hijo, que no salió lobizón por motivos de relativismo cultural) nació con enanismo al estar su madre desnutrida en su embarazo.
Y como si fuera poco, el pequeño se “desarrollaba” en un ambiente hostil en el que sus padres murmuraban contra sus hijos de forma abierta. Nótese la parte en la que el chico jugaba bajo la mesa y escuchó la disertación de su padre (madre o madrastra, según la versión) en la que este hipotetizaba las ventajas de abandonarlos a su suerte en el bosque (donde obviamente serian pasto de las fieras).
En algunas versiones uno de sus padres opta por aplazar esa decisión un tiempito más y, en otras, la realiza a la mañana siguiente. La cuestión es que Pulgarcito, aquejado por problemas físicos debido a su mala nutrición y, seguramente, problemas psicológicos por la poca unidad familiar (que seguramente se notarían más en su adolescencia) se vio ante la necesidad de hacer algo para evitar que él y sus hermanos sufrieran una muerte.

¿Cuántos años tendría? ¿6, quizás 7?
¿Es la edad apropiada para la presión que se ejercía sobre el menor? Sea como fuera, el pequeño tuvo que hacer de tripas corazón e ideó un plan muy simple: si lo abandonaban en el bosque, debía volver y para volver necesitaba saber por dónde. Por ende, marcar un camino. Realmente se nota la simpleza del pensamiento infantil en esa estratagema. Salió al patio y juntó piedritas blancas (ni siquiera hay que razonar mucho para saber que las piedritas blancas resaltan más en la oscuridad)

Los padres les dijeron que los acompañaran a juntar leña, el pequeño marchaba último. Dejando caer de vez en cuando una piedrita para marcar la ruta de vuelta. Resaltemos que Pulgarcito no les contó a sus hermanos lo que realmente sucedía (otra muestra de mentalidad infantil, ya que es propio de infantes muy pequeños esa actitud de guardar silencio). Al llegar a lo profundo del bosque les dijeron, para abandonarlos, que se iban a cortar leña más allá y, obviamente, nunca volvieron.
Los niños se desesperaron, y entonces Pulgarcito sacó su as bajo la manga. Así pudo guiarlos de vuelta hacia la casa. Lo cual resulta curioso, que retornen a un sitio donde no son bienvenidos. Por un corto tiempo vuelven a convivir con sus padres (había una hogaza de pan), pero cuando la comida se acabó, de nuevo resolvieron tirarlos en el bosque. En algunas versiones, se dice que sus padres dejaron la puerta cerrada para que Pulgarcito no pudiera escapar a buscar piedritas, en otras simplemente dice que la puerta estaba cerrada. Si tomamos la primera opción, nos aclara que sus padres habrían hecho “confesar” al niño sobre como había hecho para retornar a la casa. El punto es que la puerta estaba cerrada, el niño adentro y las piedritas afuera. Entonces él, en su estratagema, reemplaza ingenuamente las piedritas con migas de pan (lo cual es un error táctico que demuestra su mentalidad infantil, como veremos más adelante). Se repite de nuevo la escena del bosque, solo que, cuando Pulgarcito quiere retornar, descubre que los pájaros se habían comido las migas de pan (detalle que quizás alguien más perspicaz hubiera previsto).

En ese momento, ya no había estratagemas ni nada de carácter “ingenioso”. No le quedó otra a Pulgarcito que subirse a un árbol y tratar de ver alguna luz que indicara una vivienda. Escudriñando la oscuridad vio una luz y llegaron a una casa. Solo que esa casa estaba habitada por un ogro caníbal que vivía en concubinato con una “señora”. Y con las 7 hijas que esta le había dado (no se aventuraran conjeturas sobre la condición de estas hijas, humanas u ogresas). La “señora” advierte a los niños sobre el canibalismo del ogro, pero accede a esconderlos en la casa antes sus ruegos.
El ogro hace su entrada al grito de “¡Huelo carne fresca!”. La “señora” le asegura que es la carne que había cocinado y le sirve la cena, pero este sigue convencido de que olía carne fresca. Al revisar la casa encuentra a los niños escondidos en un armario (ni siquiera cabe mencionar la angustia psicológica de los niños). Su obvia intención era matarlos y comerlos ahí mismo, pero su concubina le convenció de que comer tanta carne le indigestaría. Y los niños fueron acostados en una cama, en la habitación donde dormían las hijas del ogro.
En este punto, señalaré la ausencia de promesas de la “señora” sobre la supervivencia o no de los niños. Ella se limito a decir que mejor los matara por la mañana y los comiera como desayuno.
Quizás porque ni siquiera trataría de libertarlos, esta interpretación explica perfectamente al accionar de Pulgarcito.

Los niños estaban endiabladamente asustados y él volvió a razonar con simpleza. ¿Cuál es el mayor peligro? Que el ogro venga y nos mate en la noche. ¿Cómo hacer para que no nos mate? Fácil, no debe reconocernos. ¿Con quien se podían camuflar? Con las hijas del ogro. Tomó entonces las coronas que estas tenían en la cabeza mientras dormían y las cambió por los gorros de dormir que ellos portaban (¿si las ogresas/humanas eran princesas al portar corona, sería acaso el ogro caníbal rey de alguna organización o secta?). A medianoche el instinto sádico del ogro lo hizo despertarse e ir a matar a los niños, entró con su cuchillo y, en la oscuridad, tanteó las cabezas. Notó las coronas y fue a la siguiente cama, acto seguido degolló a sus hijas en silencio. Al amanecer los niños se escaparon (y por sus propios medios dice el cuento), el ogro al despertar notó que había degollado a sus hijas y montó en cólera. Se calzó sus grandes botas y salió a cazar a los infantes. Cuando estos lo escucharon se ocultaron tras unas rocas, el gigante se cansó de buscar y se durmió. Entonces Pulgarcito se acercó y le robó las botas (botas mágicas que permitían dar pasos de siete leguas como su nombre lo indica).
¿Por qué las robó? ¿Qué sentiría el pequeño infante al ver al ogro aterrador durmiendo? ¿Qué puertas imaginó que esas botas le abrirían?

No estoy versado en psicología infantil para responder a esas y a muchas más preguntas que surgen de ese momento, de esa acción, que no dura más que una oración: “Pulgarcito se le acercó y muy suavemente le quitó las botas”. Pero si analizamos lo que hace luego con las botas, podríamos bosquejar que su idea era ganar oro para que su familia, al poder comer, los aceptase de nuevo. Lo que hace que sea imposible refutar que estamos ante la maltrecha mente de un infante, ya que, cuando tuvo las botas en su poder, corrió hacia el reino más cercano, donde se puso al servicio del rey como mensajero. El rey, al terminar el niño sus trabajos, quedó satisfecho y le dio una bolsita de oro.
Pulgarcito tomó el oro y a sus hermanos, volvió a casa, donde, ya que al fin tenían para comer, pudieron vivir “muy felices”.
Estos hermosísimos cuentos infantiles (nótese que fui sarcástico) rezuman un complejísimo nivel de naturaleza humana. La moraleja real del cuento, más allá de todas las acotaciones sobre el pequeño infante, parece apuntar a que, sin importar los problemas físicos o psicológicos, uno debe ser siempre el más astuto (el más “vivo”) para sobrevivir. Aunque deberíamos discrepar en que sea una buena enseñanza para niños que aun ni siquiera se han formado totalmente física y emocionalmente.
Al que madruga, Dios ayuda”.
Sin otro particular,
Nemo

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