viernes, 24 de octubre de 2014

Un perro andaluz



¿Qué resulta de la mezcla de los sueños más extravagantes de dos genios del siglo XX, en cine y arte plástico, como Luis Buñuel y Salvador Dalí? Por supuesto: Un perro andaluz.


Obra realizada en 1929, originalmente muda y musicalizada en 1961 con tango argentino y Tristán e Isolda de Richard Wagner. En 1983 Mauricio Raúl Kagel, un compositor, director de orquesta y escenógrafo argentino, compuso música especialmente para el cortometraje.
Es un tanto complejo escribir una sinopsis argumental de Un chien andalou: no puede quitarse una sola parte de su composición, debemos tomar el cortometraje como un todo, como un holos. Básicamente, como un Sueño. Como todo buen sueño, no faltan los que intentan interpretarlo: famosos artistas, cinéfilos comunes y no pocos psicoanalistas. 


Al principio un hombre (el mismo Buñuel) contempla unas nubes que cortan la luna llena, luego corta de manera parecida el ojo de una mujer con una navaja. Una interpretación ortodóxamente Freudiana señalaría que las formas redondeadas de la luna y del ojo y las formas alargadas de la nube y de la navaja están simbolizando un acto sexual, un deseo erótico reprimido. El desconcertante corte del ojo parece sugerir también una nueva visión que es abierta, sin prejuicios ni censuras. El mismo Buñuel nos advierte que lo que veremos es algo totalmente nuevo, como el mismo movimiento surrealista.

"Ocho años después". La historia presenta saltos temporales de carácter revolucionario para la época. “Érase una vez”, “Ocho años después”, “Hacia las tres de la mañana”, “Dieciséis años antes” o “En primavera”. Buñuel nos lleva hacia delante y atrás una y otra vez hasta romper todo vestigio de linealidad en el cortometraje e impregnar las secuencias de ritmo onírico. De la misma manera, la acción puede empezar en una locación determinada y terminar en otra totalmente diferente, rompiendo así el concepto de linealidad espacial.


Ocho años después, la misma mujer recibe en su casa a un hombre vestido como criada, de cuya mano salen hormigas. Las hormigas se presentan en toda la obra de Dalí pero, a diferencia de las moscas (que le fascinaban), él temía a las hormigas porque para él eran un símbolo de la muerte.
Mientras tanto, en la calle de enfrente, una muchedumbre se agolpa tratando de ver a un hombre que juega moviendo una mano cortada con un bastón. La policía detiene a las personas y, finalmente, obligan al hombre a guardar la mano en una caja. La gente se dispersa y el curioso individuo portador de la mano es atropellado. El hombre, ya vestido de traje, y la mujer miran todo desde la ventana. Súbitamente él intenta tocar su busto y ella se niega, lo esquiva. Interactúan de esta manera un rato hasta que ella le permite tocarla, para luego volver a rechazarlo y huir de él a una esquina de la habitación. El hombre, tozudamente, vuelve a acercarse a ella arrastrando dos cuerdas a las que están atados unos melones, dos pianos de cola con asnos muertos encima y unos seminaristas (entre ellos el mismo Salvador Dalí).


Para el pintor estos instrumentos eran desagradables. Durante su infancia, los pianos de cola eran exclusivos de la burguesía. Para Dalí el piano de cola era, por tanto, el símbolo de la decadencia del arte al servicio de las clases altas. La mujer se escapa a la habitación vecina, donde encuentra acostado al hombre disfrazado como criada, es decir, el hombre que ella había recibido en su casa al principio. Hacia las tres de la mañana el hombre disfrazado es visitado por otro tipo que resulta ser él mismo, quien lo reprende por utilizar ropa femenina y comienza a arrojarla por la ventana. El primer hombre es obligado a pararse en penitencia frente a la pared. Su doble le pone libros en las manos pero, cuando se voltea, los libros se convierten en pistolas que el castigado utiliza para matarlo (esto sucede dieciséis años antes). Herido, el hombre cae en un bosque e intenta aferrarse a la efímera espalda de una mujer que desaparece al segundo. Algunos hombres que pasan por ahí lo ven y lo levantan. Esta muerte ha sido interpretada como un símbolo del deseo de Dalí de dejar atrás a su hermano mayor, también llamado Salvador y fallecido nueve meses antes del nacimiento de Dalí. El artista se consideraba el reemplazo de su hermano, un niño amado cuya muerte era la sola razón de su existencia.
De regreso en la habitación, la mujer advierte sobre el muro una mariposa que tiene un tórax semejante a un cráneo, sobre la que se hace un primoroso plano detalle. Estos planos detalle aumentan el dramatismo de las imágenes, como en el caso del corte al ojo de la mujer: una secuencia de la cual no hay escapatoria ya que llena toda la pantalla. Entonces encuentra al hombre que había intentado acariciarla, y que logra desaparecer sus labios para reemplazarlos con el vello de la axila de ella. Enojada, la mujer sale de la casa, que esta vez se encuentra enfrente de la playa. Ahí, ella se une a un joven al que besa y con quien comienza a pasear. Durante el paseo, encuentran vacía y rota sobre la arena la caja donde se encontraba antes la mano cortada, y la ropa que había sido arrojada por la ventana.


Cada elemento de este complejo bosquejo onírico podría despertar (y ha despertado, despierta y despertará) un sinfín de interpretaciones, hemos mencionado brevemente algunas de ellas. Esto es algo absurdo ante el surrealismo ya que, como el mismo Buñuel afirmó, es un error tratar de encontrar significaciones racionales en una producción irracional que solo expresa emociones.
Aunque indudablemente lo mejor de los sueños, aunque ni siquiera los hayamos soñado nosotros mismos, es jugar a interpretarlos. Un perro andaluz es una obra que, como el propio surrealismo, uno adora o detesta.
Sin otro particular,

Mr. Nemo


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